Quizá tuve que llegar hasta aquí para comprender que la vida no puede analizarse si no es cuando se mira hacia atrás y desde muy lejos.
No me considero ni por asomo romántico, he de advertirlo antes de nada, sino todo lo contrario. Pragmatismo, método y empirismo componen la trinidad de mi doctrina privada. Así que resultaría descabellado pensar que soy del tipo de persona que se deja llevar por cualquier suerte de sentimiento sensiblero. Aunque tengo que admitir que mi vida también está llena de contradicciones, y al poco de llegar a Granada sentí que una faceta, oculta hasta entonces en mi interior, había estado esperando pacientemente el momento de mirarse en el espejo adecuado.
No
me resulta fácil explicar este tipo de cuestiones, pero digamos que
mi trabajo transcurre en las cloacas de cualquier ciudad, donde la
frialdad y el desapego se convierten en piezas imprescindibles del
uniforme laboral. Es algo parecido a lo que les pasa a los médicos:
a fuerza de evitar la empatía con el enfermo corren el riesgo de ver
algo distinto de una persona en cada paciente. Pero esto es especular
y el pragmatismo se opone a la especulación. Además, yo no soy
médico.