LA LETRA PEQUEÑA



Quizá tuve que llegar hasta aquí para comprender que la vida no puede analizarse si no es cuando se mira hacia atrás y desde muy lejos.

No me considero ni por asomo romántico, he de advertirlo antes de nada, sino todo lo contrario. Pragmatismo, método y empirismo componen la trinidad de mi doctrina privada. Así que resultaría descabellado pensar que soy del tipo de persona que se deja llevar por cualquier suerte de sentimiento sensiblero. Aunque tengo que admitir que mi vida también está llena de contradicciones, y al poco de llegar a Granada sentí que una faceta, oculta hasta entonces en mi interior, había estado esperando pacientemente el momento de mirarse en el espejo adecuado.

No me resulta fácil explicar este tipo de cuestiones, pero digamos que mi trabajo transcurre en las cloacas de cualquier ciudad, donde la frialdad y el desapego se convierten en piezas imprescindibles del uniforme laboral. Es algo parecido a lo que les pasa a los médicos: a fuerza de evitar la empatía con el enfermo corren el riesgo de ver algo distinto de una persona en cada paciente. Pero esto es especular y el pragmatismo se opone a la especulación. Además, yo no soy médico.

 
Quien me conoce sabe que nunca afirmo nada si no lo puedo corroborar con pruebas, y el sentimiento no es una prueba desde mi punto de vista. Pero sí es un hecho, y de hecho no tardé mucho en albergar la seguridad de que habría sido historiador de no haber nacido detective, y que seguramente habría sacrificado hasta el último minuto de mi tiempo, tal y como lo hago ahora, pero en una tarea diferente: la de hurgar en el pasado de un lugar como éste. 
 
¿Por qué no? Si lo analizamos detenidamente ambas ocupaciones son, al fin, detectivescas, y visto de otro modo, que no es mi modo habitual de ver, puede que este enclave sea una parada obligatoria y preestablecida en mi existencia. 
 
Angie cree en estas cosas y últimamente paso demasiado tiempo junto a ella por razones profesionales. No intento escurrir el bulto, o sí... Es curioso, me había propuesto no mencionar a Angie Porter en mis cavilaciones y no puedo evitar hacerlo aún en las primeras líneas. Y lo que es peor, si lo hago es para justificar mis dislates particulares, pero no hay nada peor que enfrentarse a las propias contradicciones. Es el vértigo que produce mirar tu sombra y comprender que nunca podrás desembarazarte de ella. Bertillon decía que solo se ve lo que se mira y solo se mira lo que se tiene en la mente, aunque incluso él tuvo que enfrentarse a su propio fracaso.

No me siento fracasado, no es eso, pero sí abrumado ante el novedoso espectro que ahora se empeña en mostrar mi mente.


Mi amigo Mikel Aróstegui me aseguró por teléfono que “la vida es una mujer fatal” y lo hizo justo en el momento en el que yo intentaba huir de las dos cosas: de la vida y de una mujer. Aunque, teniendo en cuenta la cuestión que parecía atormentar al propio Mikel, se me antojó entonces que la vida, desde su punto de vista, mutaba en la típica aficionada a las bromas pesadas.

¡No me jodas, Mateo! la rabia contenida en su voz me trajo a la mente ese par de ojos marrones intensos, siempre desmesuradamente abiertos, que tantas veces había visto
Te llamo en busca de ayuda cuando tú ya estabas pensando en el modo de hundirme un poco más en la mierda.

Mi amigo Mikel no necesita coraza para parecer un héroe sin causa. Los historiales de accidentes cardio-vasculares están abarrotados de gente como él, alguien debería advertir de esto de algún modo. Pero juro por dios que no fue mi intención perjudicarlo. La última vez que hablé con él me pareció entender que estaba dispuesto a convertir a su chica en una psíquica profesional.

A veces no soy capaz de entender a mis amigos, quizá sea por mi tendencia a racionalizarlo todo. Quiero decir que mi razonamiento se basa siempre en las pruebas. Mi intuición es objetiva y esto resulta paradójico, ya lo sé, pero de cualquier forma, no funciono en las relaciones personales. La cuestión era que él había alentado a la Porter hasta la saciedad para que se dedicase exclusivamente a desarrollar su extraño talento, y cuando empezaba a conseguirlo se lamentaba porque sentía que la chica se le escapaba de las manos. Trataba a su novia como a un gatito desvalido y Angie estaba muy lejos de serlo.


 
Pero volviendo al sentido de la ocurrente frase de Mikel, y teniendo en cuenta su acepción de “mujer fatal” —la que define a ésta como un personaje que utiliza la bondad y la maldad por igual para sus exclusivos fines y actúa sin escrúpulos, solo atendiendo a su antojo y nada más, concluyo hoy que es más que posible que esté enamorado de la vida, atraído precisamente por su condición de mujer fatal, pues siento mariposas en el estómago cuando camino por ella, aunque me toque transitar las cloacas y prefiero esa sensación a cualquier otra, incluido el sexo. Por cierto, mi ex jamás me lo perdonó, estoy seguro de ello. Hay quien piensa que la pasión solo sirve para usarla en la cama...

Pero no quiero hablar aquí de mis cuitas personales, sino de las cuestiones metafísicas que no encajan en la letra de imprenta de los informes policiales: la letra pequeña... ¡Qué diantres! Puede que esta idea sea también producto de mi mente, pero a veces da la impresión de que alguien maneja los hilos desde algún lugar invisible. Sí, eso es, somos las marionetas de un infante que se convierte en un ser despiadado cuando se aburre, o algo así...


 (Mateo Márquez)

1 comentario:

Marse dijo...

Siento mariposas al volverte a leer en el desván, ansiosa por continuar en ese camino de describir con tus mejores palabras a la propia vida, ¿que opinaría Angie de todo esto?